ESTALLIDOS EN LO COTIDIANO:
LA OBRA DE MARINA ROBLEDO
Por Gerardo Burton
“Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”
Antoine de Saint-Exupéry, “El principito”.
“Desde un fondo negro hacia la luz, con grises cromáticos”, describe Marina Robledo el proceso de elaboración de su obra “Lobo suelto, cordero atado”, una serie realizada durante 2005 y que consistió en quince trabajos y una instalación colectiva. Cada uno de los cuadros –de cincuenta por cincuenta centímetros- desarrolla el tema del cordero, ese símbolo de la cultura occidental con raíces en el Medio Oriente y que representa la inocencia mancillada; la pureza denostada; la justicia derrotada. Es el antiguo emblema que carga con los pecados de la comunidad –el chivo expiatorio en este caso- y es también el que por su sacrificio “quita los pecados del mundo”. En última instancia, hay una doble apropiación: la primera desde el cristianismo, cuando Jesús se identifica con el cordero veterotestamentario. La segunda ocurre ahora, cuando Marina Robledo toma un título de Patricio Rey y los Redondos de Ricota y lo actualiza. Es que, según la artista, la imagen del cordero permite múltiples lecturas: desde la política y religiosa tradicional hasta aquella que lo asocia a la moda patagónica en los restoranes y ambientes de lujo y poder actuales en la Argentina.
El “lobo suelto, cordero atado” es una frase que puede darse vuelta: pueden atar al lobo y dejar suelto al cordero, y entonces, ¿qué pasa?, se pregunta: puede terminar como un juego surrealista que incluya cierto automatismo en el uso de las palabras y las imágenes.
El resultado nunca es neutro: el cordero debe pastar en espacios alambrados; el alambre debe ser de seguridad; las púas del alambre son signos eficaces y visibles de la represión. Los corderos, cuando no se comportan como rebaño, cuando dejan de ser manada, denuncian, adquieren protagonismo, molestan. Por eso la propuesta es llevar la muestra-instalación a las calles y las casas de los vecinos, con un cordero-prototipo que visite los hogares y señale –y reciba- opiniones de sus huéspedes.
Esta serie es la segunda en la que Marina Robledo trabaja el tema del cordero. Hace unos años –en 2000, precisamente- trabajó en una serie denominada “La contradicción de las flores”, sobre la base de textos de “El principito”, de Saint-Exupéry-. Allí estaba prefigurado el cordero, que justamente aparece en la obra del francés.
No es casual que la obra de Marina Robledo comience desde el negro hacia la luz: la amenaza pende sobre el cordero –el lobo está suelto, a su arbitrio, domina y enseñorea-. Es una presencia ominosa y actúa como lo real: amenaza, hostiga, impide y prohíbe. Contra eso lucha el arte de Marina Robledo, nutrido de los viejos maestros del expresionismo alemán –Egon Schiele el principal-.
El arte aparece como un espacio de libertad en una circunstancia generalmente adversa o al menos complicada: la propuesta de la artista es lograr una obra que pueda ser concluida en un lapso determinado –un día a lo sumo-, con los materiales disponibles en el momento y que permitan trabajar a partir de “una idea, más un concepto más el contexto”. Existe, durante el proceso, “una idea medular que conduce hacia algún lado determinado, que se conoce al final”. Entonces, se produce un estallido en lo cotidiano que abre un espacio desde el cual se recuperan sentidos, pasiones, ideas. Eso ocurre con Cordero Uno: es el dedo que señala la luna; es el camino recorrido desde lo adverso hasta lo favorable; es el sentido de la vida cuando la vida parece no tener sentido.
Gerardo Burton
Neuquén, diciembre de 2006.